La mirada global

Ciudades con alma, ciudades globales

El viernes 17 de febrero Barcelona le habló al mundo.

En una multitudinaria manifestación cientos de miles de personas recorrían las calles de la ciudad para decir con claridad que los refugiados son bienvenidos, que nuestra casa es vuestra casa, y que los derechos humanos están por encima de cualquier otra consideración.

La ciudad lanzaba así un grito de dignidad frente al indigno papel de la Unión Europea y sus estados, están jugando en esta historia.

Una historia, la de los refugiados, de la que los socios europeos no son solo un sujeto pasivo, vergonzosamente pasivo en algunos casos, como el de España, cuando se trata de la acogida. Son también un sujeto activo en los conflictos que dan lugar a uno de los mayores desplazamientos de personas de la historia, lo que hace todavía más indigna, e indignante, la respuesta.

En Barcelona, el viernes pasado, no solo hablaron sus gentes. El grito de dignidad no fue tan solo el de las personas que convocaban, que asistieron, que gritaron y lloraron para que los gobiernos cumplan con los compromisos y responsabilidades con los refugiados, con su acogida, con las políticas de asilo.

Lo que se oyó, y se vio, el viernes pasado fue el clamor de una ciudad que decidió dejar de ser espectadora en una historia en la que no tenía un papel asignado. Una ciudad con su gente, pero también con sus instituciones. Y con el apoyo y el aliento de medio mundo.

Lo que sucedió, por lo tanto, el viernes pasado es que, en plena crisis de los refugiados, un nuevo actor decidió reescribir el guión y entrar en escena. La irrupción de Barcelona, la irrupción de la ciudad, supone un giro abrupto en el relato sobre la respuesta a la crisis de los refugiados. Barcelona nos ofrece un relato sobre derechos humanos que demandan una respuesta basada en la solidaridad y la justicia global.

No sabemos aun si la entrada en escena de la ciudad, de las ciudades, será una solución a la actual crisis de los refugiados. Lo que ya sabemos es que ha modificado el marco existente para abordarla.

La presión de las ciudades evidencia el contraste entre el compromiso de la ciudadanía y la ciudad con los derechos humanos y su negación, por omisión, por parte del Gobierno central. Es este un hecho de naturaleza simbólica que supone una generación de sentido e identidad afirmada en lo local, y proyectada en lo global a través del compromiso con los derechos humanos entendidos ahora de manera global.

La actuación de de Barcelona, la irrupción de las ciudades, nos dice que nos enfrentamos a un problema de gobernanza y de incumplimiento de las obligaciones y responsabilidades en materia de derechos humanos.

Así, puede reconocerse la importancia de las ciudades para hacer política y orientar decisiones relevantes en el ámbito global. Cada vez más el plano simbólico representa para las ciudades un potente mecanismo de transformación social y política, en definitiva, de gobernanza global.

Pero no solo es lo simbólico el medio para transformar la realidad y dar respuestas a los problemas de gobernanza. Una de las lecturas que se pueden extraer de la crisis de los refugiados es la complejidad que implica la articulación de respuestas colectivas a problemas compartidos, que rompen con la lógica de la territorialidad a la que acostumbran a responder los Estados nacionales. Esta crisis ha evidenciado, una vez más, la ausencia de un marco de gobernanza adecuado para abordar problemas complejos que desbordan las lógicas nacionales.

La reflexión trasciende a la propia crisis de los refugiados y tiene que ver con la participación de las ciudades, de sus responsables políticos, de su ciudadanía… es decir, con la ciudad como un actor sociopolítico en la configuración de un mundo global e interdependiente, fundamental para dar respuesta a problemas globales.

Seguramente, ha sido Saskia Sassen quien mejor ha expresado la necesidad, en un contexto de globalización y creciente interdependencia, de globalizar desde abajo señalando el papel crucial de las ciudades y su gente. Por un imperativo ético y democrático, y por un imperativo político y de gobernanza, necesitamos ciudades globales, ciudades que acojan, ciudades que cuiden, ciudades con alma.